Urdiales de Colinas

El abandono de este caserío encajonado en un bellísimo entorno montañoso está unido a la crisis de la minería en la región y a la dureza de las condiciones de vida, que a mediados del siglo pasado hicieron que la población descendiera de 162 a 10 vecinos. El dramático aislamiento del lugar contribuyó a la marcha inexorable de sus habitantes y ahora el ganado se mueve mansamente por las calles bajo la vigilancia distante de sus dueños, que siguen guardando las reses en los bajos de las viviendas deshabitadas. La localidad, escalonada sobre un cerro, está  formada por una veintena de casas con muros de piedra y cubierta de pizarra, sobre cuyas fachadas sobresalen los fragmentos de lo que alguna vez fueron las solanas de madera. En lo alto asoman los restos de la iglesia de Santa Bárbara, un tosco edificio en el que únicamente destaca el campanario, protegido por un mínimo tejadillo de pizarra. En medio del valle transcurre un arroyo helado y transparente, que alimenta una fuente cercana al pueblo y antaño permitía regar los huertos de legumbres y patatas destinados a la subsistencia de los vecinos.